El árbol de las golondrinas

Texto – Dani Vasco
Dibujos – Isabela García

Audiolibro  

La historia que a continuación van a leer me la contó un guacamayo azul. Él se la escuchó a don Justo, un regordete y extrovertido anciano según el cual esta historia aconteció en un pueblo diminuto, desconocido y lejano. Se dice que en el centro del parque de ese pueblo había un inmenso árbol de tronco grueso y verrugoso, lleno de hojas verdes que ofrecían una cálida sombra a los niños juguetones y a los ancianos dormilones. Lo rodeaban casas con techos coloridos, cortinas de croché y vistosas flores. Y, un poco más lejos, tímidos, se veían unos tristes ranchitos de paja y poca coloración.

Una mañana, sin razón alguna, cientos de golondrinas de plumas violáceas se posaron en el frondoso árbol.

“¡Anuncian buenas nuevas, felicidad y prosperidad!”

fue el chisme que se regó entre todos los vecinos del pequeño lugar, que corrieron atropellados de ambición y, como pudieron, encerraron a las aves en jaulas. Con ellas, adornaron aún más sus ventanas, sus pasillos y sus terrazas.

Los habitantes de las chozas más lejanas no contaron con la misma suerte, pues cuando les llegó la milagrosa noticia y corrieron para presenciarla, ya no quedaba ni una sola golondrina libre.

Un niño gordinflón, de grandes cachetes y buen corazón, al notar que los vecinos se devolvían para sus casas con las jaulas viejas llenas de tristeza, tomó un par de pájaros de los que había atrapado y los compartió con ellos. Una pintoresca sonrisa se dibujó en sus rostros, pues con esto darían a sus casas un poquito de color. La acción del niño fue tan llamativa que los vecinos, uno por uno, empezaron a soltar las aves. Una nube violeta pintó el cielo y de nuevo se posaron en el árbol.

La noticia del árbol de las golondrinas se hizo nacional y hasta internacional y hoy, en aquel lejano, diminuto y ya no tan desconocido pueblo, abundan los visitantes bigotudos y emperifollados con cámaras, amantes de la fotografía, que buscan lugares paradisiacos para tomar sus vacaciones. Ya no hay ranchos descoloridos ni techos de paja, y todos, en sus ventanas, tienen cortinitas de croché.

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